«Consegue-se compreender que, uma vez na vida, em determinada circunstância histórica (a que protagonizou, neste caso, um tal Gianfranco Fini, pretenso dirigente da direita radical ou identitária na primeira década deste século), uma determinada orientação política tenha alcançado (ou quase) o poder e se visse traída por quem a levou a tais alturas. São coisas que, por abomináveis que sejam, mais ou menos se entendem à conta da baixeza humana inerente às tarefas políticas. Tal foi o caso deste Gianfranco Fini, secretário-geral do MSI (Movimento Sociale Italiano) até que o próprio Fini dissolveu a formação neofascista para criar uma Aleanza Nazionale descafeinada, partido que, ainda assim, permitia albergar certas ilusões de dissidência; por fim, no contacto com o poder (Fini chegou a presidente da Câmara de Deputados e a Ministro das Relações Exteriores), tais ilusões desvaneceram-se e a máscara que cobria a personagem desfez-se em bocados.
Pois bem, que tais coisas — tão descarada traição — sucedam uma vez na vida, pode-se, como dizia, mais ou menos entender, desprezar e até esquecer.
Agora, quando no mesmo país, na década seguinte, volta a repetir-se uma traição quase idêntica, e por parte dos mesmos, a coisa começa a ser mais do que inquietante e merece ser seriamente interrogada.
Refiro-me obviamente ao caso do actual Governo italiano de Georgia Meloni e do seu partido Fratelli d’Italia. Meloni, procedente também das fileiras do MSI, fundou o seu novo partido FdI e alimentou, ao longo da sua trajectória na oposição, umas animadoras propostas, cheias de firmeza social e patriótica, que a levaram a chocar de frente com as políticas da quadrilha burocrática da União Europeia, e a combater radicalmente a invasão de Itália pelas massas imigrantes. Tudo isto fez com que, da esmagadora vitória eleitoral de Meloni e dos seus Fratelli, nascesse, por um lado as mais jubilosas esperanças e, por outro, os mais angustiados temores sobre o início de um novo despertar político em Itália e, indirectamente, no conjunto da Europa.
Mas logo se desvaneceu o júbilo de uns e os temores dos outros. Os hierarcas de Bruxelas, que no início tinham lançado todo o tipo de ataques a Meloni, na qual pressentiam o nascimento de um novo Orbán de dimensões ainda mais temíveis, não tardaram a absolvê-la em todos os seus juízos. A própria hierarca máxima, a alemã Úrsula von der Leyen, já lhe tinha dado a sua bênção urbi et orbi, reconhecendo a Meloni o carácter de fiel servidora da quadrilha globalista e anti-europeia.
O acolhimento da filha pródiga na família globalista (fala-se inclusivamente da possível integração dos Fratelli d’Italia no Partido Popular Europeu, aliado dos socialistas) deu-se a par da assídua e pertinaz política da primeira-ministra italiana como fiel servidora dos Estados Unidos e da OTAN em todos os aspectos, e muito em particular na guerra da Ucrânia, para a qual a Itália contribui com o seu armamento, como o melhor dos aliados.
Tudo isto se junta à política imigracionista, na qual Georgia Meloni voltou a dar um espectacular vira-casaca, traindo todas as suas ferventes declarações contra a invasão, à qual Itália está particularmente submetida. Todo o seu programa eleitoral, todas as medidas proclamadas em viva voz contra as mafias e os barcos das ONGs que socorrem os pretensos “náufragos”, tudo isso ficou em águas de bacalhau; de modo que, hoje em dia, o número de imigrantes que chega a Itália já superou os números existentes antes da chegada de Meloni ao Governo.»
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«Uno puedo comprender que, alguna vez en la vida, en una determinada circunstancia histórica (la que protagonizó, en este caso, un tal Gianfranco Fini, pretendido dirigente de la derecha radical o identitaria en la primera década de este siglo), una determinada orientación política haya alcanzado (o casi) el poder y se haya visto traicionada por quien la aupó hasta tales alturas. Son cosas que, por abominables que sean, se pueden más o menos entender a cuenta de la bajeza humana inherente al quehacer político. Tal fue el caso de este Gianfranco Fini, secretario general del MSI (Movimento Sociale Italiano) hasta que el propio Fini disolvió la formación neofascista para crear una edulcorada Aleanza Nazionale, partido que, sin embargo, aún permitía albergar ciertas ilusiones disidentes hasta que, al contacto con el poder (Fini llegó a presidente de la Cámara de Diputados y a ministro de Exteriores), tales ilusiones se desvanecieron y la careta que cubría al personaje quedó hecha trizas.
Pues bien, que tales cosas —que tan descarada traición— suceda una vez en la vida, se puede, como decía, más o menos entender, despreciar y luego olvidar.
Ahora bien, cuando en el mismo país y a lo largo de la siguiente década se vuelve a repetir una traición casi idéntica, y por parte de los mismos, la cosa empieza a ser más que inquietante y merece ser seriamente interrogada.
Me estoy refiriendo obviamente al caso del actual Gobierno italiano de Georgia Meloni y de su partido Fratelli d’Italia. Meloni, procedente también de las filas del Movimento Sociale Italiano, fundó su nuevo partido Fratelli d’Italia e impulsó, a lo largo de su trayectoria en la oposición, unas alentadoras propuestas llenas de firmeza social y patriótica que la llevaron a enfrentarse a cara de perro a las políticas del tinglado burocrático de la UE y a combatir radicalmente la invasión de Italia por las masas inmigrantes. Todo ello produjo que la aplastante victoria electoral de Meloni y de sus Fratelli hiciera saltar, por un lado, las más jubilosas esperanzas y, por el otro, los más angustiados temores acerca del comienzo de un nuevo despertar político en Italia e, indirectamente, en el conjunto de Europa.
Pronto, sin embargo, se desvanecieron los júbilos de los unos y los temores de los otros. Los jerarcas de Bruselas, que al principio habían lanzado todo tipo de ataques contra Meloni, en quien presentían el nacimiento de un nuevo Orbán de dimensiones aún más temibles no han tardado demasiado en absolverla con todos los pronunciamientos favorables. La mismísima jerarca máxima, la alemana Úrsula von der Leyen, ya le ha otorgado su bendición urbi et orbi, reconociéndole a Meloni el carácter de fiel servidora del tinglado globalista y antieuropeo.
La acogida de la hija pródiga en la familia globalista (se habla incluso de la posible integración de Fratelli d’Italia en el Partitdo Popular Europeo, aliado a los socialistas) también ha corrido parejas con la asidua y pertinaz política de la primer ministra italiana como fiel servidora de Estados Unidos y de la OTAN en todos los aspectos y muy en particular en la guerra de Ucrania, a la que Italia contribuye aportando su armamento como el mejor de los aliados.
Todo lo anterior se conjunta con la política inmigracionista, donde Georgia Meloni ha vuelto a efectuar un espectacular cambio de chaqueta, traicionando todas sus fervientes declaraciones en contra de la invasión a la que Italia está particularmente sometida. Todo su programa electoral, todas las medidas proclamadas a voz en cuello contra las mafias y los barcos de las ONGs que socorren a los pretendidos “náufragos”, todo ello se ha quedado en agua de borrajas, de modo que, a día de hoy, el número de inmigrantes que llegan a Italia ya ha superado las cifras existentes antes de la llegada del Gobierno Meloni.»[artigo integral]
Pues bien, que tales cosas —que tan descarada traición— suceda una vez en la vida, se puede, como decía, más o menos entender, despreciar y luego olvidar.
Ahora bien, cuando en el mismo país y a lo largo de la siguiente década se vuelve a repetir una traición casi idéntica, y por parte de los mismos, la cosa empieza a ser más que inquietante y merece ser seriamente interrogada.
Me estoy refiriendo obviamente al caso del actual Gobierno italiano de Georgia Meloni y de su partido Fratelli d’Italia. Meloni, procedente también de las filas del Movimento Sociale Italiano, fundó su nuevo partido Fratelli d’Italia e impulsó, a lo largo de su trayectoria en la oposición, unas alentadoras propuestas llenas de firmeza social y patriótica que la llevaron a enfrentarse a cara de perro a las políticas del tinglado burocrático de la UE y a combatir radicalmente la invasión de Italia por las masas inmigrantes. Todo ello produjo que la aplastante victoria electoral de Meloni y de sus Fratelli hiciera saltar, por un lado, las más jubilosas esperanzas y, por el otro, los más angustiados temores acerca del comienzo de un nuevo despertar político en Italia e, indirectamente, en el conjunto de Europa.
Pronto, sin embargo, se desvanecieron los júbilos de los unos y los temores de los otros. Los jerarcas de Bruselas, que al principio habían lanzado todo tipo de ataques contra Meloni, en quien presentían el nacimiento de un nuevo Orbán de dimensiones aún más temibles no han tardado demasiado en absolverla con todos los pronunciamientos favorables. La mismísima jerarca máxima, la alemana Úrsula von der Leyen, ya le ha otorgado su bendición urbi et orbi, reconociéndole a Meloni el carácter de fiel servidora del tinglado globalista y antieuropeo.
La acogida de la hija pródiga en la familia globalista (se habla incluso de la posible integración de Fratelli d’Italia en el Partitdo Popular Europeo, aliado a los socialistas) también ha corrido parejas con la asidua y pertinaz política de la primer ministra italiana como fiel servidora de Estados Unidos y de la OTAN en todos los aspectos y muy en particular en la guerra de Ucrania, a la que Italia contribuye aportando su armamento como el mejor de los aliados.
Todo lo anterior se conjunta con la política inmigracionista, donde Georgia Meloni ha vuelto a efectuar un espectacular cambio de chaqueta, traicionando todas sus fervientes declaraciones en contra de la invasión a la que Italia está particularmente sometida. Todo su programa electoral, todas las medidas proclamadas a voz en cuello contra las mafias y los barcos de las ONGs que socorren a los pretendidos “náufragos”, todo ello se ha quedado en agua de borrajas, de modo que, a día de hoy, el número de inmigrantes que llegan a Italia ya ha superado las cifras existentes antes de la llegada del Gobierno Meloni.»[artigo integral]
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