«O problema é que os malvados, as classes dominantes, conseguiram tornar seus aliados as elites intelectuais e os meios de informação, criadores de opinião e de manipulação de massas, para assumir a tarefa de enganar e vigarizar a maioria dos cidadãos, para que se submetam aos seus governos e consintam em ser doutrinados, até adquirir "falsas consciências", como diria um marxista.
E isto passa-se porque, desde os inícios do séc. XX, os políticos progressistas e liberais, e os seus compinchas empresariais e financeiros, persuadiram um número cada vez maior de intelectuais a desculpar e legitimar os diversos governos, a troco de subsídios ou de acesso a empregos mais ou menos lucrativos, dependentes das agências governamentais e entidades reguladoras, do estado de bem-estar social, da enorme burocracia utilizada por mafiosos e corruptos como bolsas de emprego, para os favorecer e comprar. A tarefa de moldar a opinião pública foi encomendada a uma classe privilegiada e apaparicada de intelectuais, académicos, cientistas sociais, tecnocratas, cientistas políticos, trabalhadores sociais, jornalistas, trovadores, bobos, comentadores... [...]
É preciso não esquecer que o grande temor das elites governamentais é um populismo reaccionário, de gente decente. Preferem uma discussão supostamente cordial, comedida, solene e sem acritude. Os políticos progressistas temem especialmente, e advertem contra a chamada política do ressentimento, precisamente porque o ressentimento estaria dirigido contra si, por parte daqueles a quem saqueiam e parasitam. A única alternativa é voltar à política ferozmente ideológica e altamente partidista de tempos pretéritos, com uma componente clara e rotunda de amargo ressentimento pessoal contra os progressistas e social-democratas diversos.
A estratégia dos reaccionários decentes deve apontar as mentiras, a corrupção e os escândalos de membros concretos do consenso social-democrata e, especialmente, os membros do "centrão" no poder.
O principal objectivo é conseguir que os reaccionários decentes compreendam uma ideia simples, assimilada há muito tempo pela esquerda: a política é a guerra. Como dizia Carl Schmitt, "o adversário tenta negar o estilo de vida do seu oponente e, portanto, deve ser rejeitado ou combatido para preservar o próprio". Está em jogo a nossa forma de vida, a nossa civilização, a nossa existência. Além do que foi referido, a política implica aquilo que Schmitt designa por "inimizade", ou a distinção entre "amigo e inimigo", conceitos "que devem entender-se no seu sentido concreto e existencial, não como metáforas ou símbolos". Então, citando de novo Schmitt: "A guerra nasce da inimizade. A guerra é a negação existencial do inimigo". Trata-se, sem dúvida alguma, de uma guerra no sentido existencial. As elites governamentais, em virtude do seu controlo do aparelho de Estado, não só ameaçam com violência física, e até com a morte (morte física ou morte civil) contra os governados que não se submetam às suas normas e imposições, como também praticam a violência e o assassinato contra os dissidentes e insubmissos.»
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«El problema es que los malos, las clases dominantes, han conseguido que las élites intelectuales y los medios de información, creadores de opinión y manipulación de masas sean sus aliados, para que asuman la tarea de engatusar, embaucar a la mayoría de los ciudadanos para que se sometan a sus gobiernos y consientan que los adoctrinen hasta adquirir “falsas conciencias”, como diría un marxista.
Y esto ocurre porque, desde principios del siglo XX, los políticos progresistas y liberales y sus compinches empresariales y financieros han inducido a un número cada vez mayor de intelectuales a disculpar y legitimar a los diversos gobiernos a cambio de subsidios o de acceso a empleos más o menos lucrativos, dependientes de las agencias gubernamentales y oficinas reguladoras, del estado del bienestar, la enorme burocracia utilizada por los mafiosos y corruptos como bolsas de empleo para premiarlos. La tarea de moldear la opinión pública ha sido encomendada a una clase privilegiada y mimada de intelectuales, académicos, científicos sociales, tecnócratas, científicos políticos, trabajadores sociales, periodistas, trovadores, bufones, tertulianos… [...]
No se olvide que lo que las élites gobernantes temen es un populismo reaccionario, de gente decente. Prefieren una discusión supuestamente cordial, con comedimiento, solemne y sin acritud. Los políticos progresistas temen especialmente y advierten contra la llamada política del resentimiento, precisamente porque el resentimiento estaría dirigido hacia ellos por parte de aquellos a quienes saquean y de los que parasitan. La única alternativa es regresar a la política ferozmente ideológica y altamente partidista de tiempos pretéritos con un componente claro y rotundo de amargo resentimiento personal hacia los progresistas y socialdemócratas diversos.
La estrategia de los decentes-reaccionarios debe apuntar hacia las mentiras, la corrupción y los escándalos de miembros concretos de los miembros del consenso socialdemócrata y especialmente de los miembros de la coalición gobernante.
El principal objetivo debe ser conseguir que los decentes y reaccionarios comprendan una idea simple, asimilada hace mucho tiempo por la izquierda, de que la política es la guerra.
Como decía Carl Schmitt, “el adversario intenta negar el estilo de vida de su oponente y, por lo tanto, debe ser rechazado o combatido para preservar el propio”. Está en juego nuestra forma de vida, nuestra civilización, nuestra existencia. Además de lo anterior, la política implica lo que Schmitt llama “enemistad” o la distinción entre “amigo y enemigo”, conceptos “que deben entenderse en su sentido concreto y existencial, no como metáforas o símbolos”. Pues, citando de nuevo a Schmitt: “La guerra se sigue de la enemistad. La guerra es la negación existencial del enemigo". Sin duda alguna, se trata de una guerra en el sentido existencial. Las élites gobernantes, en virtud de su control del aparato del Estado, no solo amenazan con violencia física e incluso la muerte (muerte física o muerte civil) contra los gobernados por no someterse a sus impuestos y normas, sino que también practican la violencia y el asesinato contra los disidentes o insumisos entre los gobernados. [artigo original]
Y esto ocurre porque, desde principios del siglo XX, los políticos progresistas y liberales y sus compinches empresariales y financieros han inducido a un número cada vez mayor de intelectuales a disculpar y legitimar a los diversos gobiernos a cambio de subsidios o de acceso a empleos más o menos lucrativos, dependientes de las agencias gubernamentales y oficinas reguladoras, del estado del bienestar, la enorme burocracia utilizada por los mafiosos y corruptos como bolsas de empleo para premiarlos. La tarea de moldear la opinión pública ha sido encomendada a una clase privilegiada y mimada de intelectuales, académicos, científicos sociales, tecnócratas, científicos políticos, trabajadores sociales, periodistas, trovadores, bufones, tertulianos… [...]
No se olvide que lo que las élites gobernantes temen es un populismo reaccionario, de gente decente. Prefieren una discusión supuestamente cordial, con comedimiento, solemne y sin acritud. Los políticos progresistas temen especialmente y advierten contra la llamada política del resentimiento, precisamente porque el resentimiento estaría dirigido hacia ellos por parte de aquellos a quienes saquean y de los que parasitan. La única alternativa es regresar a la política ferozmente ideológica y altamente partidista de tiempos pretéritos con un componente claro y rotundo de amargo resentimiento personal hacia los progresistas y socialdemócratas diversos.
La estrategia de los decentes-reaccionarios debe apuntar hacia las mentiras, la corrupción y los escándalos de miembros concretos de los miembros del consenso socialdemócrata y especialmente de los miembros de la coalición gobernante.
El principal objetivo debe ser conseguir que los decentes y reaccionarios comprendan una idea simple, asimilada hace mucho tiempo por la izquierda, de que la política es la guerra.
Como decía Carl Schmitt, “el adversario intenta negar el estilo de vida de su oponente y, por lo tanto, debe ser rechazado o combatido para preservar el propio”. Está en juego nuestra forma de vida, nuestra civilización, nuestra existencia. Además de lo anterior, la política implica lo que Schmitt llama “enemistad” o la distinción entre “amigo y enemigo”, conceptos “que deben entenderse en su sentido concreto y existencial, no como metáforas o símbolos”. Pues, citando de nuevo a Schmitt: “La guerra se sigue de la enemistad. La guerra es la negación existencial del enemigo". Sin duda alguna, se trata de una guerra en el sentido existencial. Las élites gobernantes, en virtud de su control del aparato del Estado, no solo amenazan con violencia física e incluso la muerte (muerte física o muerte civil) contra los gobernados por no someterse a sus impuestos y normas, sino que también practican la violencia y el asesinato contra los disidentes o insumisos entre los gobernados. [artigo original]
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