Crónicas do Grande Despertar | Crónicas del Gran Despertar

31/07/2022

A queda do Ocidente | La caída del Occidente



«A civilizações não perecem como as pessoas, a sua morte dura séculos e é sempre por suicídio, por um ódio vindo do interior. É o que desde Gibbon conhecemos como barbárie interna. No Ocidente, esta doença do organismo europeu iniciou-se com a Revolução Francesa e tornou-se uma infecção generalizada no século XIX, com a expansão do liberalismo, que minou os pilares da ordem tradicional da nossa cultura e instaurou no poder esse instrumento de destruição de toda a ordem espiritual que é o burguês voltairiano e democrata. Sem dúvida, o corolário do brutal e grosseiro materialismo novecentista encarnou no marxismo, que se complementava, de resto, com um hegelianismo pervertido, o que lhe proporcionou um conteúdo místico capaz de criar uma mitologia messiânica para conquistar as massas. Bastava um passo mal dado para que o admirável e belo edifício surgido no ano mil se derrocasse. Então chegou 1914. E depois, ainda pior, 1918. O Ocidente ficou nas mãos de oligarquias de demagogos a soldo dos poderes financeiros. Mais de um século de degradação permanente da vida cultural, religiosa e política se passou desde então.

Desde os anos 60 do século passado, o trabalho da elite intelectual europeia tem sido, essencialmente, condenar a sua própria tradição, torná-la um produto odioso de entes fantasmagóricos como o heteropatriarcado, o racismo, o capitalismo ou qualquer última causa da intelectualidade igualitarista e liberal. Esse discurso é o que agora permite a uma boa parte dos políticos e universitários europeus abominar a sua História e colaborar na criação de uma “Europa” pós-nacional, sem identidade, sem tradição e sem personalidade.»

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«Las civilizaciones no perecen como las personas, su muerte dura siglos y siempre es por suicidio, por un odio sobrevenido a sí misma. Es lo que desde Gibbon conocemos como barbarie interna. En Occidente, esta enfermedad del organismo europeo se inició con la Revolución francesa y llegó a hacerse infección generalizada en el siglo XIX, con la extensión del liberalismo, que minó los pilares del orden tradicional de nuestra cultura e instauró en el poder a ese instrumento de destrucción de todo orden espiritual que es el burgués volteriano y demócrata. Sin duda, el corolario del basto y brutal materialismo decimonónico se encarnó en el marxismo, que se complementaba, además, con un hegelianismo pervertido, lo que le proporcionó un contenido místico capaz de crear una mitología mesiánica que conquistara a las masas. Bastaba un mal paso para que el admirable y bello edificio surgido en el año mil se viniera abajo. Entonces llegó 1914. Y tras él, aún peor, 1918. Occidente quedó en manos de oligarquías de demagogos a sueldo de los poderes financieros. Más de un siglo de degradación permanente de la vida cultural, religiosa y política ha pasado desde entonces.

Desde los años sesenta del pasado siglo, la labor esencial de la élite intelectual europea ha sido aborrecer su propia tradición, hacerla un producto odioso de entes fantasmagóricos como el heteropatriarcado, el racismo, el capitalismo o lo que sea la última ocurrencia de intelectualidad igualitarista y liberal. Ese discurso es el que ahora permite que buena parte de los políticos y universitarios europeos abominen de su historia y estén colaborando en la creación de una "Europa" postnacional, sin identidad, sin tradición y sin personalidad.»

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